Miró la imponente puerta de
hierro que se abría ante ella invitándola a entrar. Dudó unos instantes, pues
aquel lugar siempre le había despertado sentimientos encontrados. Quizás era
precisamente la paz y el silencio que allí se respiraba, acostumbrada al
ajetreo diario de la ciudad con sus miles de ruidos, allí, parecía haber
demasiado silencio, demasiada paz. Un silencio tan denso que parecía envolverla
por completo.
Cuando por fin traspasó el
umbral, era como si fuera la única persona en aquel lugar. Se adentró con
cautela y solo parecía escucharse el eco amortiguado de sus pasos. Sin embargo,
no estaba sola, la gente de su alrededor, susurraba como si temiera interrumpir
el descanso eterno de los que un día entraron allí, para no salir jamás.
De repente, una pequeña mariposa juguetona,
captó su atención, y absorta por su belleza comenzó a seguirla. Con sus
elegantes movimientos parecía danzar al son del viento. Ella, hechizada por su
belleza caminaba tras ella mirándola subir hasta casi perderla de vista, para
volver a bajar y acercarse tanto que parecía querer posarse en sus manos, y de
repente, sin saber exactamente como, esa magia se rompió.
Miró a su alrededor aterrada, y
se percató que se encontraba en una zona del cementerio que no conocía. Incluso
el sol asustado parecía haberse escondido tras unas nubes en busca de refugio y
protección. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero a la pequeña mariposa poco
parecía importarle aquel escenario tan sombrío. Sus vivos colores contrastaban
con los colores apagados de las lápidas, que el tiempo y el polvo habían teñido
de tristes tonos marrones y grisáceos. Paneles con nombres, algunos casi
imposibles de leer, que el paso del tiempo había borrado también, de la memoria
del mundo. Algunas agrietadas, otras con flores tan secas que nadie sabía cuánto
tiempo llevaban allí olvidadas.
Historias dormidas, de personas
como tú y como yo, que un día vivieron y pisaron la misma tierra que nosotros.
Y que hoy, ya nadie recuerda. No pudo evitar pensar, en todas aquellos seres
humanos, y lo que un día fueron, niños, ancianos, hombres y mujeres, cuyos
pensamientos, ideas, conocimientos e historias murieron con ellos, y recordó
una frase que alguna vez leyó en algún lugar indeterminado “Cuando una persona
muere, muere con ella una biblioteca de historias, conocimientos y vivencias,
imposibles de recuperar”. Pensó en todas las cosas que seguro les quedaron por
hacer o por decir. Cuantos “lo siento” o “te quiero” se quedaron guardados en
sus corazones. Un nudo se formó en su garganta y unas pequeñas lágrimas
empezaron a asomarse por sus ojos.
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