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Mostrando entradas de 2016

Nadando a contracorriente

Llegamos a nuestro destino cuando los rayos del sol ya hacía rato que nos habían abandonado y el cielo empezaba a lucir sus mejores galas. Tiñendo su vestido negro, como cada noche, con miles de puntos brillantes. La vida en Jaraba, aquel pequeño pueblo, apenas compuesto por unas pocas calles desiertas, parecía haberse congelado en el tiempo. No era demasiado tarde, pero los cortos y fríos días de invierno y la fina lluvia que empezaba a caer, de esa que se clava en la piel como si de agujitas se tratara, invitaban a quedarse en casa. Las ventanas iluminadas de las casas y el olor a humo de las chimeneas dejaban claro que ciertamente el tiempo allí no se había detenido, y que las decenas o quizás cientos de vecinos que allí vivían disfrutaban de sus casas y sus familias. Apartado lo justo del pueblo como para no ver ni un signo de civilización desde sus ventanas, se encontraba el hotel, un precioso balneario agarrado a una roca y rodeado totalmente de naturaleza. Un lugar de p

Carreteras secundarias

Sentada tras el cristal, el eco de una canción que no logro distinguir suena de fondo, y el traqueteo de las ruedas sobre el asfalto balancea mi cuerpo de forma relajante. Con la cabeza ligeramente inclinada hacia la ventanilla, mi mirada se pierde entre los árboles y montañas que acompañan nuestro viaje por la autopista. La ruta, se convierte en una carrera prudente de unos automóviles que nos adelantan y otros a los que adelantamos. Es curioso el proceso de adelantamiento, pues siempre, siempre, a medida que nos vamos poniendo a la misma altura que el otro coche nos resulta inevitable volver la cabeza hacia ellos, para ver quién es el otro conductor y él, también vuelve la mirada para observarnos a nosotros. Parece entonces que el mundo se detiene, ese intenso intercambio de miradas que transcurre durante los pocos segundos que dura el adelantamiento, se convierte en un escaneo que dice tanto sin decir nada… ¿Dónde van?, ¿De dónde vienen?, ¿Quiénes son?, ¿Serán felices?,... Mirad

Una maleta en el ascensor (Capítulo 3)

Con los ojos empañados en lágrimas y arrastrando los pies decidió abandonar el cementerio. Al darse la vuelta pudo ver como una silueta que parecía haber estado observando todo su espectáculo se disponía a salir del cementerio, era ese hombre que llevaba días persiguiéndola, estaba segura. Corrió tras él para alcanzarlo, ¡tenía que estar relacionado con toda esta locura! Pero al girar la esquina, aquel hombre había desaparecido, ¿Se lo habría imaginado? Era posible, pues tras los acontecimientos de aquella última semana ya no era capaz de distinguir lo que era real de lo que no. Estaba agotada y necesitaba dormir, el corazón le latía con tanta fuerza que cada latido resonaba en su interior como si dentro de su cuerpo no hubiera absolutamente nada, irónicamente era así como se sentía desde aquel fatídico día, totalmente vacía por dentro. Así que con el corazón a punto de estallar, se dispuso a volver hacia su casa y dar por terminado aquel día tan extraño. Decidió volver andando

Una maleta en el ascensor (Capítulo 2)

Sus ojos se deslizaban una y otra vez por las escasas líneas de la carta intentando encontrar inútilmente alguna pista que pudiera acercarle a su autor, siempre le habían gustado los libros de detectives y se consideraba bastante astuta pero no sabía por donde empezar. En la otra mano, sostenía una foto en blanco y negro que acompañaba la carta, las sonrisas congeladas de los rostros allí retratados parecían inquietantes. Era la primera vez que veía esa fotografía, pero reconocía perfectamente a la mujer y a la niña y el lugar de la fotografía, eran su madre y su hermana menor en la cocina de una de las casas en las que vivió de niña. La fotografía, era la primera pista para lograr abrir la maleta, estaba claro. En ese instante se dio cuenta que debía recuperarla. Salió a toda prisa de su despacho sin coger siquiera la chaqueta. Por suerte la becaria aún no se había desecho de la maleta y Alicia se la interceptó, con la primera excusa que le vino a la mente. Salió a toda prisa del

Una maleta en el ascensor (Capítulo 1)

Ya era casi de noche, había perdido el autobús, estaba lloviendo y por si fuera poco, como guinda del  pastel en aquel fatídico día, también había olvidado el paraguas en casa. Se sentía furiosa, patosa y desdichada. A cada paso, las finas gotas de lluvia se clavaban en su rostro como pequeñas agujitas. Enfadada con el mundo andaba tan deprisa como sus cansadas piernas se lo permitían. Se detuvo bajo un balcón, a unos 50 metros de su portal para rebuscar entre su  bolso repleto de cosas inútiles, las llaves de casa. Siempre había odiado perder tiempo en el portal buscando las llaves, pensaba, que era el momento perfecto para atacarla por detrás. Entonces, un coche pasó a gran velocidad por su lado dejándola totalmente empapada.  -                   -   ¡CABRÓN!- Le grito furiosa. Parecía, que el mundo se había puesto de acuerdo para recordarle a cada segundo que todo puede ir a peor. Cuando encontró las llaves, encaminó el último tramo que le quedaba hasta su casa, empapada

Os he mentido

Os he mentido, he mentido pero no del tipo de mentira de “Que vestido más bonito”, cuando en realidad lo encontraba horrible. Os he mentido, de la peor de las formas imaginables, os he mentido cada vez que habéis confiado en mí y he fracasado. Os he mentido, porque por más que lo intento no consigo dejar atrás el pasado y superar esa terrible desolación que siento por cada segundo de mi vida que os he hecho sufrir. Os he mentido, cada vez que he prometido cambiar mi carácter, y no lo he conseguido.  Os he mentido, porque no soy ni una pequeña parte de lo que merecéis que sea. Una y otra vez, vuelvo a caer, vuelvo a repetir errores y promesas incumplidas. Todas esas palabras, todas esas promesas se pierden en el aire, condenadas a ser repetidas eternamente para  volver a ser olvidadas solo unos instantes después. Y al volver a fallar, al volver a caer, se enciende de nuevo en mi interior la llama de la culpa, esa estúpida llama que me recuerda lo cobarde que soy. Cuando todos est

Sí, quiero

Sí, quiero, despertarme cada día un poco más cerca de mis sueños. Sí, quiero, levantarme cada vez que caiga y sentir que me he hecho más fuerte. Sí, quiero, mirarme al espejo dentro de 40 años y sentirme orgullosa de lo que he conseguido.

No quedan días de verano

Una vez más agosto se ha marchado casi sin avisar . Con la llegada de septiembre parece que todo va volviendo a su cauce. Los turistas se van marchando a sus casas y las terrazas de los bares están cada vez más vacías. El verano está dando sus últimos coletazos con una energía  impropia de esta época, parece como si septiembre nos quisiera recordar que también él es capaz de ahogarnos de calor, con más fuerza si cabe que el agosto. Septiembre, para algunos el inicio de “un nuevo año”. Mes  de cambios, de nuevos propósitos: apuntarnos al gimnasio, aprender un nuevo idioma, estudiar más, encontrar trabajo… Propósitos que al final en la mayoría de los casos no llegamos a cumplir. Parece incluso, que la naturaleza también quiera empezar de nuevo, los árboles poco a poco se desprenden de sus hojas, los días de sol y calor dejan paso a las nubes y las lluvias, los días se vuelven cada vez más cortos y en las frescas noches lo único que apetece es acurrucarse en el sofá tapados con una

El fin de la pesadilla (Capítulo 3)

Escondida en la cocina la madre de Sofía, sostenía con tensión el teléfono. Aprovechó el momento que se había quedado sola para realizar la llamada, así se lo habían indicado: Si Sofía volvía a casa, debía llamar de inmediato para avisar. Buscó el número de teléfono en el cajoncillo de la mesa de la cocina, recordaba perfectamente la noche en que llamaron al timbre y al abrir, un extraño señor con sombrero y gabardina le dio indicaciones concretas de los pasos que debería seguir si Sofía volvía a casa. Dudó unos instantes de si era ético o no traicionar a su hija, pero al final decidió que sería lo mejor para todos. Con los dedos temblorosos marcó el número indicado, posó el teléfono en su oreja y esperó. Una sensación de nervios invadió todo su cuerpo, y su corazón latía con fuerza. Esperó, un tono… dos tonos… y cuando ya estaba a punto de colgar, alguien al otro lado descolgó.

Todo el mundo lo sabe (Capítulo 2)

Parecía que por fin había logrado conciliar el sueño cuando de repente, un zumbido que le recordó al sonido de un avión al despegar acompañado de un fuerte olor a tabaco la despertó. Miró hacia la puerta de su habitación y estaba abierta, extrañada intentó recordar inútilmente, si con los nervios, la había cerrado antes de acostarse como hacía cada noche. Entonces, una fuerte corriente de aire cerró la puerta de golpe y al girar la mirada sobresaltada, lo vio. A los pies de su cama apoyado en la pared estaba el extraño señor con sombrero y gabardina que acudía a su bar todas las tardes, inmóvil y mientras fumaba un cigarrillo la observaba atentamente. Apenas se podía distinguir su viejo rostro escondido bajo el sombrero, pero ella estaba segura que tenía dibujada en él una siniestra sonrisa.

Una vida en la pecera (Capítulo 1)

Tras un “click” todo su sueño se desvaneció. Sofía emitió un leve gemido y sus ojos se entreabrieron poco a poco. Al otro lado de la pared, podía oír los ronquidos y la arrítmica respiración forzada que emitía su nuevo vecino, que ajeno a las noches de insomnio de Sofía, seguía sumido en un profundo sueño. Miró hacia su izquierda con la convicción de que el reloj digital que reposaba sobre la mesilla de noche marcaría la hora maldita, las 5:55 AM y efectivamente, así era. Cada noche, desde hacía casi dos años su sueño se interrumpía a la misma hora, las 5:55 AM. Trató de mantener la calma y no caer de nuevo en la trampa. Respiró profundamente, cambió de posición e intentó dejar la mente en blanco, pero de nuevo, le fue imposible.

Momentos congelados

El cielo gris casi negro anuncia que se avecina tormenta, otra más del frio invierno . Destellos  de  luz que iluminan las solitarias calles acompañados de fuertes truenos, dejan paso a incesantes gotas de lluvia que no parecen quererse marchar. Una familia cualquiera, en el calor de su hogar, ahoga las largas horas de las tardes de invierno de un domingo cualquiera, mirando viejas fotografías guardadas en una caja de zapatos y recordando aquellos felices momentos. Fotos en blanco y negro, con los bordes desgastados de tanto mirarlas, y algunas ya casi sin color. Cada imagen arranca una carcajada general al darnos cuenta de cómo hemos cambiado y que rápido pasan los años. Bodas, bautizos, comidas con amigos, fiestas, navidades… y es que antes, cuando solo disponíamos, con suerte, de un “ carrete de 32 ” había que elegir muy bien el momento que inmortalizar y solían ser precisamente eso, momentos verdaderamente especiales.

El hombre de las sombras

Una taza humeante  de café que descansaba olvidada encima de la pequeña mesa contigua , desprendía un aroma embriagador, su humo danzaba hacia el techo hasta desvanecerse antes de llegar a él como si nunca hubiera existido. Sentado junto a la ventana, observó por un instante el cristal sin poder distinguir apenas las borrosas siluetas de los transeúntes que corrían por el callejón acurrucados,  para protegerse de la lluvia y el frio. La lluvia de aquella tarde, como si de un artista inspirado se tratase, había pintado en el cristal formas abstractas, compuestas por miles de finas líneas y gotas haciendo casi imposible adivinar que había al otro lado. Como cada invierno, los “expertos” del lugar afirmaban rotundamente que ese estaba siendo el invierno más frio de las últimas décadas, pero a él apenas le importaba. La camarera se le acercó tímidamente, casi con miedo. Él savia perfectamente que su aspecto no era lo que se solía esperar de un hombre de su edad, una larga gabardina que si

El viaje de tu vida

Muchas veces me da la sensación que nadie me entiende, que mi mente y mi cerebro funcionan de un  modo distinto al de los demás. A mí, me gusta pensar que soy un alma soñadora, y que en realidad soy afortunada ya que puedo ver mucho más allá de lo físico, puedo ver la esencia de las cosas. Creo que en el mundo, existen lugares mágicos que evocan en mí sentimientos maravillosos. Lugares que me invitan a pensar, a imaginar, a soñar…, que con el simple hecho de estar allí hacen que en mi mente se despierte la “chispa mágica” de la inspiración y empiece a soñar despierta. En ese momento todo a mí alrededor desaparece y empiezan a formarse en mi mente miles de frases, historias, reflexiones, sentimientos… que resultan verdaderamente maravillosos y casi imposibles de explicar. Uno de esos lugares mágicos son las estaciones de tren, en ellas pasado, presente y futuro, se mezclan con los amargos llantos de despedida y las dulces lágrimas de los reencuentros.   Las estaciones, están siempr

La casita del lago

Una pequeña casita en un hermoso valle, era todo lo que Ismael a sus 8 años conocía del mundo. El y  su madre eran los únicos habitantes de aquel bello y maldito lugar. Retenidos a la fuerza por un ser sin nombre, pasaban los largos días allí sin más compañía que el susurro de las hojas de los árboles y el chapoteo de la lluvia en el lago, un lago que a ojos de Ismael era grande y profundo, y con unas aguas tan cristalinas que podían contarse las piedras del fondo sin ninguna dificultad. Cada mañana, al alba, cuando el sol despuntaba, las sombras de los árboles se alargaban de una forma asombrosamente bella, y el cielo se teñía de unos hermosos tonos naranjas, a Ismael le gustaba salir a correr alrededor del lago y sentarse en la orilla con los pies chapoteando en el agua para ver, como el sol lograba saltar el gran muro que marcaba el fin del mundo, de su mundo. Él allí era feliz. No conocía la maldad, ni la tristeza, ni la avaricia, ni guerras, y por supuesto, ni siquiera había oído

Coleccionistas de papeles

Era vieja y estaba cansada. No tenía amigos en aquella ciudad frenetica y hostil, su día a día se  limitaba a sentarse a observar el mundo. Le gustaba ocultarse entre la penumbra del viejo callejón y ver el ir y venir de la ciudad, personas agobiadas y atareadas que siempre parecían tener prisa. Los observaba como cual robots corrían de un lugar a otro como si la mismísima muerte les pisara los talones. Una pequeña niña de grandes ojos y largas trenzas al salir de la escuela siempre se detenía unos instantes para verla y le ofrecía un tímido saludo con la mano, y a modo de respuesta, la anciana, le regalaba lo único que por suerte la pobreza no había logrado arrebatarle, una triste sonrisa. Le gustaba pasear por el centro de la ciudad y observar los viejos edificios señoriales que parecían más viejos incluso, que la propia ciudad, algunos estaban tan viejos y heridos parecía casi imposible que aún tuvieran fuerzas para sostenerse en pie, igual que ella una vieja y herida dama s