Definitivamente se había convertido en una obsesión, el incesante goteo del grifo del baño se clavaba en su mente y su cuerpo como pequeñas agujitas, casi hasta el punto de volverla loca. Apenas acababa de caer una, su mente ya esperaba con angustia la siguiente. Esas pequeñas gotitas que se precipitaban al vacío a través de las tuberías hacia un destino incierto, le recordaban como se iba escapando su vida gota a gota, segundo a segundo. Muchas noches, cuando el silencio cubría la ciudad con su espeso manto y no se oía nada más, ese incesante goteo le impedía conciliar el sueño. Con el tiempo, se había acostumbrado a esperar acostada en aquel viejo colchón, a que la ciudad y todos sus ruidos despertaran para lograr adormecerse. Curiosamente, se sentía mucho mejor, acompañada por la ruidosa melodía diurna de la ciudad, que por la lenta y solitaria melodía de ese infinito goteo. Aunque a veces, cuando el sueño era más fuerte que su obsesión, se dejaba llevar por Morfeo como una mar