Llegamos a nuestro destino cuando los rayos
del sol ya hacía rato que nos habían abandonado y el cielo empezaba a lucir sus
mejores galas. Tiñendo su vestido negro, como cada noche, con miles de puntos
brillantes. La vida en Jaraba, aquel pequeño pueblo, apenas compuesto por unas pocas
calles desiertas, parecía haberse congelado en el tiempo. No era demasiado
tarde, pero los cortos y fríos días de invierno y la fina lluvia que empezaba a
caer, de esa que se clava en la piel como si de agujitas se tratara, invitaban
a quedarse en casa. Las ventanas iluminadas de las casas y el olor a humo de
las chimeneas dejaban claro que ciertamente el tiempo allí no se había
detenido, y que las decenas o quizás cientos de vecinos que allí vivían disfrutaban
de sus casas y sus familias.
Apartado lo justo del pueblo como para no ver
ni un signo de civilización desde sus ventanas, se encontraba el hotel, un precioso balneario agarrado a una roca y rodeado
totalmente de naturaleza. Un lugar de paz, de desconexión, donde si escuchabas
atentamente solamente se oía el viento arañando los árboles y el sonido del
agua bajando con fuerza por un riachuelo que rodeaba el hotel. Al cruzar el
riachuelo, pese a que seguía lloviendo, no puede evitar pararme en el pequeño
puente y observar las cristalinas aguas que bajaban con fuerza desde lo alto de
la montaña, esa fuerza y esa energía características del inicio de la vida,
esas ganas de comerse el mundo que solo tenemos en la juventud. Y allí, bajo el puente, había un pequeño grupo de
pececillos que nadaba con fuerza a contracorriente con el único objetivo de
evitar ser arrastrados por ella, luchando con todas sus fuerzas para poder permanecer
en el mismo lugar.
Aquel era un
lugar que invitaba al relax, la reflexión y la desconexión. Y allí pasamos
varios días, disfrutando de esa paz, pero sin poder dejar de lado nuestra
adicción a la tecnología. Una mañana, tras una noche incesante de lluvia descubrimos
que habíamos perdido toda conexión con el resto del mundo, así que sin wifi ni
cobertura decidimos disfrutar los unos de los otros y recuperar viejos placeres
que desgraciadamente ya tenemos olvidados: juegos de cartas, partidas de dominó
y de parchís e incluso una ronda de bingo, en todo momento acompañados de risas
y confidencias que se convirtieron en las protagonistas de la mañana.
Durante una
visita al pueblo, aprovechamos para comer en el único bar que allí había, aquel
santuario, y lugar de reuniones de todos los hombres de la localidad. Sentados
en la mesa de aquel pequeño local, con asiduos clientes poco acostumbrados a
los extraños, sentía sus miradas clavadas en nosotros, intentando desenmascarar
nuestra historia. Pero sobretodo, intentando averiguar el derecho que teníamos quitarles
su silla y su mesa. Porque no nos equivoquemos, cada día a la misma hora, todos
esos hombres acuden en procesión a aquel lugar como si de un ritual se tratara,
con la calma característica de las personas mayores. Para sentarse día tras día,
en la misma silla y en la misma mesa de siempre, pues el café en otra mesa
parece que no sabe igual de bien. Y allí pasan tarde tras tarde, hasta que la
oscura noche les recuerda que ese no es su hogar y regresan de nuevo en tranquila
peregrinación hacia sus casas.
Resulta curioso
como disminuye el ritmo de vida a medida que pasan los años. El recorrido de
nuestra vida podría asemejarse al recorrido de un pececillo por ese pequeño riachuelo que
rodeaba el hotel, con aguas tan bravas en su primera fase y tan calmas en su final. No
puedo evitar pensar en mí, a mis 28 años recién cumplidos siento que se escapa
mi juventud. Juventud...,
bonita etapa ¿verdad?, esos años frenéticos en nuestra vida que no sabemos
entender y valorar hasta que desaparece para no volver jamás. Los 30 años están
tan cerca que como me ocurrió con los 20, se me plantean como un precipicio al
que no quiero caer. Tengo la sensación que mi vida va tan deprisa que no puedo
controlarla, ¿he conseguido algo realmente importante?, y la verdad no lo tengo
nada claro, pues muchas veces me siento como esos pequeños pececillos, nadando
a contracorriente para evitar avanzar en el rio de la vida.
¡Me ha gustado mucho, Neus! Sólo nos falta saber de qué lugar se trata... seguro que aunque sea un pequeño pueblo de montaña, con tu descripción a más de uno le apetece ir a visitarlo! :)
ResponderEliminarMuchas gracias Judit!! Pues se trata de Jaraba un pequeño pueblo Aragonés (España) muy bonito y tranquilo.
EliminarUn beso :)
Neus
¡Hola Neus! Me ha gustado mucho el relato de tu estancia en este pequeño pueblo Aragonés. Describes muy bien como es la vida en estos lugares que nada tienen que ver con las prisas y la vorágine de la ciudad. Todo el mundo que tiene "pueblo" lo sabe (no es mi caso).
ResponderEliminarYo soy un poco mayor que tú, pero creo que aunque se vaya la juventud vienen otras etapas igual de importantes...verás.
¡Un abrazo!
Muchísimas gracias!! Yo tampoco tengo "pueblo" jejeje, pero me encanta visitar todos los que puedo, la vida allí tiene otro ritmo, incluso el tiempo parece que pasa más despacio. Gracias por los ánimos jejeje supongo que con la edad se van perdiendo ciertas cosas pero se ganan otras. :)
EliminarUn abrazo
Neus
¡Ole! Es el primer post que leo de este tipo pues hacer un relato del viaje te a quedado genial y muy original ya que siempre que leo post relacionados con pueblos,ciudades,viajes y demás llevan siempre la misma dinámica,me ha encantado :)
ResponderEliminarMuchisimas gracias Chica del montón!! Me alegra mucho que te haya gustado :) Es también la primera vez que escribo un post de este tipo y quería hacerlo "a mi manera" jejeje. De hecho la primera foto, la de los árboles esta hecha por mi desde la ventana de la habitación en la que estaba, (uno de los retos para el nuevo año, texots y fotos propias :) )era todo precioso.
EliminarUn abrazo
Hola Neus,
ResponderEliminarTe devuelvo la visita que has hecho a mi blog.
Me ha gustado leer esa reflexión sobre esas sensaciones alejadas de las prisas, desconectada y recuperando el sabor de aquello que parece hasta antiguo, las charlas sin móviles, los juegos de mesa, disfrutar del paisaje...
Buena comparativa de la vida con el arroyo, aunque no se escapa nada porque todo se va relativizando, lo importante es eso tan repetido y tan cierto de aprender a disfrutar de cada momento.
Un saludo y felices fiestas.
Muchísimas gracias por la visita y el comentario Conxita! Feliz Navidad!
EliminarPero sobretodo, intentando averiguar el derecho que teníamos quitarles su silla y su mesa...bonissim ! jejejej m´agradat, ja tens un nou fan !
ResponderEliminarJajaja Moltes gràcies Octavio!! :)
EliminarMe ha encantado, transmite una serenidad muy necesaria hoy en día. Es como un soplo de aire fresco.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchisimas gracias Sandreta!! Me alegra mucho que te haya gustado :)
EliminarUn saludo
Neus
A mí tame m'encantat, seguix aixi tot lo que escrius tu ben fet está
ResponderEliminarMoltes gràcies Javi!!! :)
EliminarM'agradat molt!!!
ResponderEliminarMoltes gràcies Mari Carmen!! besetss
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