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Mostrando entradas de agosto, 2016

El fin de la pesadilla (Capítulo 3)

Escondida en la cocina la madre de Sofía, sostenía con tensión el teléfono. Aprovechó el momento que se había quedado sola para realizar la llamada, así se lo habían indicado: Si Sofía volvía a casa, debía llamar de inmediato para avisar. Buscó el número de teléfono en el cajoncillo de la mesa de la cocina, recordaba perfectamente la noche en que llamaron al timbre y al abrir, un extraño señor con sombrero y gabardina le dio indicaciones concretas de los pasos que debería seguir si Sofía volvía a casa. Dudó unos instantes de si era ético o no traicionar a su hija, pero al final decidió que sería lo mejor para todos. Con los dedos temblorosos marcó el número indicado, posó el teléfono en su oreja y esperó. Una sensación de nervios invadió todo su cuerpo, y su corazón latía con fuerza. Esperó, un tono… dos tonos… y cuando ya estaba a punto de colgar, alguien al otro lado descolgó.

Todo el mundo lo sabe (Capítulo 2)

Parecía que por fin había logrado conciliar el sueño cuando de repente, un zumbido que le recordó al sonido de un avión al despegar acompañado de un fuerte olor a tabaco la despertó. Miró hacia la puerta de su habitación y estaba abierta, extrañada intentó recordar inútilmente, si con los nervios, la había cerrado antes de acostarse como hacía cada noche. Entonces, una fuerte corriente de aire cerró la puerta de golpe y al girar la mirada sobresaltada, lo vio. A los pies de su cama apoyado en la pared estaba el extraño señor con sombrero y gabardina que acudía a su bar todas las tardes, inmóvil y mientras fumaba un cigarrillo la observaba atentamente. Apenas se podía distinguir su viejo rostro escondido bajo el sombrero, pero ella estaba segura que tenía dibujada en él una siniestra sonrisa.

Una vida en la pecera (Capítulo 1)

Tras un “click” todo su sueño se desvaneció. Sofía emitió un leve gemido y sus ojos se entreabrieron poco a poco. Al otro lado de la pared, podía oír los ronquidos y la arrítmica respiración forzada que emitía su nuevo vecino, que ajeno a las noches de insomnio de Sofía, seguía sumido en un profundo sueño. Miró hacia su izquierda con la convicción de que el reloj digital que reposaba sobre la mesilla de noche marcaría la hora maldita, las 5:55 AM y efectivamente, así era. Cada noche, desde hacía casi dos años su sueño se interrumpía a la misma hora, las 5:55 AM. Trató de mantener la calma y no caer de nuevo en la trampa. Respiró profundamente, cambió de posición e intentó dejar la mente en blanco, pero de nuevo, le fue imposible.