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Una maleta en el ascensor (Capítulo 3)

Con los ojos empañados en lágrimas y arrastrando los pies decidió abandonar el cementerio. Al darse la vuelta pudo ver como una silueta que parecía haber estado observando todo su espectáculo se disponía a salir del cementerio, era ese hombre que llevaba días persiguiéndola, estaba segura. Corrió tras él para alcanzarlo, ¡tenía que estar relacionado con toda esta locura! Pero al girar la esquina, aquel hombre había desaparecido, ¿Se lo habría imaginado? Era posible, pues tras los acontecimientos de aquella última semana ya no era capaz de distinguir lo que era real de lo que no. Estaba agotada y necesitaba dormir, el corazón le latía con tanta fuerza que cada latido resonaba en su interior como si dentro de su cuerpo no hubiera absolutamente nada, irónicamente era así como se sentía desde aquel fatídico día, totalmente vacía por dentro. Así que con el corazón a punto de estallar, se dispuso a volver hacia su casa y dar por terminado aquel día tan extraño.

Decidió volver andando para aclarar un poco sus ideas. Los últimos rayos de sol tiñeron el cielo de la ciudad de un intenso color escarlata. Desde aquella perspectiva, la ciudad se veía más bella que nunca, las siluetas de los edificios se dibujaban en el cielo como imponentes gigantes oscuros que la hacían sentir más pequeña de lo que era. Al fin y al cabo así es como siempre se había sentido una pequeña y solitaria motita de polvo en un mundo de gigantes.  A cada paso intentaba recordar todo lo que ocurrió aquel día, el día en que se terminó todo, poco a poco se iban encajando las piezas en el rompecabezas de su memoria, del que aún era incapaz de visualizar con claridad la imagen que escondía. Necesitaba resolver ese capítulo de su vida para volver a ser feliz.

Cuando llegó a su casa encontró la puerta entreabierta, examinó la cerradura y no parecía que la hubieran forzado, quiso pensar que habría sido su ex-compañera de piso que había vuelto a casa, pero estaba segura que no era nada de eso. Con un poco de miedo entro en la casa, el interruptor no funcionaba así que intentó hacer luz con el teléfono móvil, fue adentrándose poco a poco en el recibidor y alguien cerró la puerta a sus espaldas y la agarró del cuello, intentó gritar pero fue inútil, apenas un aullido ahogado salió de sus labios, luego todo se volvió negro. Despertó en un lugar húmedo y oscuro, no podría decir con seguridad cuanto tiempo había transcurrido desde que la atacaron en su casa, aquel pequeño habitáculo no tenía ventanas, poco a poco sus ojos fueron acostumbrándose a la oscuridad y pudo ver una enorme y gruesa puerta de hierro, intentó golpearla pero apenas tenía fuerzas para moverse.

Al cabo de un rato, Alicia no supo si habían pasado minutos, horas o días la puerta se abrió y entro un señor de unos 60 o 70 años, se acercó a ella y le acarició el rostro, Alicia solo pudo sentir repugnancia por ese hombre.

-                 -    ¿Quién eres y qué quieres de mí?, ¡DEJAME SALIR DESGRACIADO!- Gritó Alicia.

-                  -  No, creo que estés en disposición de exigir nada, mi pequeña… - Se regodeó aquel hombre.

Por un instante Alicia pensó que podría ser aquel señor que la seguía a todos sitios, pero no, no tenía ningún sentido, de ser así la hubiera atacado antes… Antes de que Alicia pudiera volver a hablar aquel hombre de siniestra sonrisa siguió hablando,  como si estuviera solo, sin mirar a Alicia.

-                  -  No sabes el tiempo que llevaba esperando este momento, por fin eres mía… Tu madre te separó         de mí, esa estúpida mujer me arrebató a mi hija. Cada vez que descubría donde vivíais ella huya         de nuevo… ¿Cuántos hombres quiso que fueran tu padre? Yo solo quería tu amor, el amor de mi           hija y ahora aquí encerrada nadie podrá separarnos.

Alicia no podía creer lo que estaba oyendo, ¡Aquel extraño era su padre!, esa figura paterna que tanto había anhelado durante su adolescencia ahora se presentaba ante sus ojos como un horrible monstruo que pretendía tenerla encerrada entre aquellas cuatro paredes arañadas por la humedad y por el paso del tiempo.

-          -  ¡SUELTAME DESGRACIADO!- Dijo Alicia al tiempo que se ponía en pie y se abalanzaba sobre él.

Con una agilidad impropia para su edad, aquel señor esquivó su ataque y la lanzó de nuevo al suelo.
-         
-         - ¿No te das cuenta? No tienes nada que hacer contra mí. Aquí, eres como una marioneta en mis           manos, yo controlo tus pensamientos, tus movimientos e incluso los latidos de tu corazón.- Dijo         el hombre riéndose de Alicia.- Si eres una buena chica yo seré bueno contigo. – Dijo mientras              cerraba de nuevo la puerta.

De nuevo Alicia se encontró encerrada entre esas cuatro paredes, parecía que cada vez aquel intento de cuarto se hacía más y más pequeño, acurrucada en un rincón intentó dormir, mientras de nuevo las lágrimas empapaban su rostro. Pese a estar agotada no fue capaz de conciliar el sueño, cada sonido la sobresaltaba. Así que decidió trazar un plan para lograr escapar de allí.

Tras lo que le parecieron semanas oyó de nuevo el sonido de pasos que se acercaban a su cárcel, se apartó junto a la puerta, solo tendría una oportunidad y unos pocos segundos para actuar, si fallaba sería su fin, pero valía la pena intentarlo. Conto para sus adentros Uno…, dos…,y…¡tres! Y sin darle tiempo a reaccionar se abalanzó sobre ese hombre haciendo que al caer se golpeara la cabeza en el frio suelo. Aprovechó los segundos de confusión y le ató las manos con lo único que tenía a mano, su cinturón.

Salió corriendo de la improvisada prisión, lo que había tras la puerta no era una casa como había imaginado, se encontró en medio de un espeso bosque y de noche. Sin nada con lo que alumbrarse empezó a andar entre los arboles sin rumbo fijo. Una suerte de luna llena facilitaba un poco el camino, confiaba en que el cinturón con que había atado las manos de su padre inconsciente fuera lo suficientemente fuerte como para darle cierta ventaja. A lo lejos le pareció oír el rugido del motor de un automóvil, se apresuró y llegó a una carretera secundaria que seguramente llevaba años sin asfaltar, llena de socavones y hierbajos. Un coche se acercaba a una velocidad moderada, así que decidió plantarse en medio de la carretera para pedir ayuda.  

El coche al verse sorprendido por tan extraña aparición redujo la marcha con tanta brusquedad que las ruedas dibujaron su recorrido en el viejo asfalto. Los gritos del hombre desde dentro del coche le resultaban ininteligibles, su corazón bombeaba adrenalina como nunca. Empezó a golpear las ventanillas del automóvil implorando ayuda, pero el conductor no parecía dispuesto a dejarla entrar. Así que sacó una de las piedras que había recogido por el camino para defenderse de su secuestrador y sin pensarlo demasiado empezó a golpear la ventanilla del coche hasta que logró romperla y entró en el coche por ella.

-                 -  ¡Arranca, maldita sea, ARRANCAAA!- Gritó Alicia.

El conductor confundido y asustado arrancó el coche. Miraba de reojo a su extraña pasajera, hasta que se decidió a hablar.
-         
          - ¡¡Estas completamente loca!!- Le grito el conductor, pero aun así arrancó el coche- ¿Dónde se            supone que vas, de dónde vienes con esas pintas?

Alicia recapacitó unos segundos, su aspecto debía ser realmente lamentable, así que le explicó resumidamente todo lo que le había ocurrido en la última semana, y decidió dirigirse al lugar que la guiaba la última pista que había recibido. El lugar en el que habían muerto su madre y su hermana.
No había vuelto a aquel lugar desde aquel día en que ocurrió todo. Con un nudo en la garganta se acercó a la entrada de la pequeña casa, parecía que vivía alguien allí. Llamó al timbre y una figura familiar le abrió la puerta. ¡Era el hombre que la había estado siguiendo!

-            -  Te estaba esperando. Adelante- Dijo ese señor mientras se apartaba para que Alicia entrara en la casa.

-                   - ¿Quién es usted?... – Titubeó Alicia con miedo.

-                   -   Soy Alberto, ¿No me recuerdas?, tu padastro, el padre de tu hermana.

Alicia hacía años que no lo había vuelto a ver, lo examinó con detenimiento. El paso de los años y aquel terrible acontecimiento habían marcado su rostro con unas profundas arrugas que apenas dejaban ver al atractivo hombre que en su día fue.

-                 Aquel fatídico día también rompieron mi vida irremediablemente, entonces no pude hacer nada          para probar tu inocencia, pero durante todos estos años he estado protegiéndote desde la                    sombras,        y recopilando pruebas para descubrir al verdadero autor de los asesinatos. Todas las pruebas están      en la maleta que te dejé en tu despacho. Aquí tienes la llave para abrirla, antes de dártela solo              quería comprobar que merecías saber la verdad.- Dijo Alberto

¡Se había olvidado completamente de la maleta!, sin apenas despedirse salió corriendo de la casa con la llave agarrada tan fuerte en la mano que le hacía daño. Se dirigió hacia su despacho, en esos momentos solamente estaba allí, el guardia de seguridad nocturno, el resto de la plantilla no tardaría en llegar, pues los primeros rayos de sol de la mañana ya despuntaban por el horizonte así que tenía que apresurarse.


Con la mano temblorosa abrió la maleta y en ella había cientos de fotos, documentos, y ficheros que probaban que el verdadero asesino de su madre y su hermana fue el padre biológico de Alicia, aquel crimen ya había prescrito, pero en el rostro de Alicia se dibujó una siniestra sonrisa al recordar que al salir de la prisión en la que la había encerrado su padre cerró la puerta dejándolo dentro, solo sin agua ni comida.

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