Definitivamente se
había convertido en una obsesión, el incesante goteo del grifo del baño se
clavaba en su mente y su cuerpo como pequeñas agujitas, casi hasta el punto de
volverla loca. Apenas acababa de caer una, su mente ya esperaba con angustia la
siguiente. Esas pequeñas gotitas que se precipitaban al vacío a través de las
tuberías hacia un destino incierto, le recordaban como se iba escapando su vida
gota a gota, segundo a segundo. Muchas noches, cuando el silencio cubría la
ciudad con su espeso manto y no se oía nada más, ese incesante goteo le impedía
conciliar el sueño. Con el tiempo, se había acostumbrado a esperar acostada en
aquel viejo colchón, a que la ciudad y todos sus ruidos despertaran para lograr
adormecerse. Curiosamente, se sentía mucho mejor, acompañada por la ruidosa
melodía diurna de la ciudad, que por la lenta y solitaria melodía de ese
infinito goteo.
Aunque a veces,
cuando el sueño era más fuerte que su obsesión, se dejaba llevar por Morfeo
como una marioneta de hilos invisibles y sucumbía al dulce mundo de los sueños
nocturnos. La mayoría de veces, se veía a sí misma como ese viejo grifo que iba
perdiendo una a una gotitas de vida y las dejaba ir a través de las tuberías,
viajando hacia las entrañas de la ciudad por un laberinto de infinitos túneles
oscuros.
Quizás fuera porque
se sentía identificada con ese viejo grifo, cuantos segundos, cuantos minutos,
cuantas horas había dejado ir al vacío a lo largo de su vida. ¿Realmente había
aprovechado su tiempo?, ¿Se sentía orgullosa de lo que había conseguido?, su
vida se limitaba a una serie de errores encadenados que la habían llevado a
donde estaba ahora, y ciertamente no era feliz. Miró a su alrededor, aquel
viejo apartamento resultaba deprimente. Las viejas paredes, parecían hechas de
papel de fumar, y la menor subida de tono en una conversación era transportada
a través de ellas a la velocidad de la luz, para hacer partícipe a todo el
vecindario de que en alguna de las casas había habido alguna discusión. La
pintura de las paredes se desconchaba dejando ver que sus anteriores vidas,
estuvieron teñidas de colores más alegres que ese viejo amarillo que las
adornaba desde hacía ya casi una década.
Había perdido tanto
tiempo con cosas insignificantes en esta vida, quizás tanto como gotas se habían
escapado de ese viejo grifo. Ahora que con el paso de los años ese goteo de
tiempo perdido se estaba volviendo más y más grande y sentía que se le
terminaban las reservas, se arrepentía, se arrepentía de cada segundo que había
dejado ir siendo infeliz, cada gota de tiempo que se le había escapado estando
enfadada, sintiendo envidia o rabia. Ahora se daba cuenta que no merecía la
pena, y que si en lugar de dejarlos ir hubiera puesto un pequeño cubo para
guardar todos esos segundos, ahora dispondría de decenas de cubos llenas de tiempo
para gastar en lo que realmente importa.
Pero la vida no
funciona así, no disponemos de mecanismos para guardar el tiempo, simplemente
se escurre de nuestro lado y jamás lo volvemos a recuperar. Pero que no cunda el
pánico, porque no hay nada de malo en ello, todos necesitamos nuestros momentos
para cometer errores. Pero jamás debemos quedarnos con eso, de los errores se
aprende y es entonces cuando ese tiempo no es tiempo perdido.
Hola Rosa, gracias por compartir. Un texto intimista, los desvelos nocturnos son un llamado para nuestros demonios más profundos, esos que de día permanecen agazapados por las tareas y obligaciones cotidianas pero que por la noche parecen andar a sus anchas. Muy bien transmitida esa sensación. Saludos!
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tus palabras David!!!
EliminarUn saludo!! :)