Sucedió una vez, y casi por
casualidad, lo recordaba perfectamente. Una mañana, jugando en el parque, una
pequeña flor llamo su atención, parecía de algodón, frágil y delicada y de un
blanco intenso. Su madre, le dijo que era un diente de león, la flor de los
deseos. Le explicó, que debía coger aire, y soplar, soplar con todas sus
fuerzas mientras pedía un deseo. Que solo se cumpliría si los estambres se
desprendían de un solo soplido y, que no debía contarle a nadie jamás, el
secreto que había pedido.
Recordaba con cariño como de niña,
le resultaba muy difícil elegir uno solo de los numerosos deseos que se
agolpaban en su mente, pero casi siempre ganaba el mismo, un traje de princesa.
Después quedaba lo más importante, debía hacer un esfuerzo casi descomunal para
llenar los pulmones hasta su máxima capacidad y vaciar todo ese aire muy
concentrada en ese pequeño objetivo que sujetaba con firmeza entre sus dedos.
Desde ese día, y por muy adulta
que fuera, cada vez que veía un diente de león no podía evitar recogerlo y
soplar, soplar con la misma fuerza e ilusión que cuando era niña, para dejar
volar sus sueños y por supuesto, guardar el secreto, para que este, se hiciera
realidad.
Sus deseos, con el tiempo y la
edad fueron cambiando. Pasando de lo material de las ilusiones infantiles, a otros
mucho más ambiciosos e intangibles. Y pese a que sus anhelos infantiles de
trajes de princesas, nunca llegaran a cumplirse, no perdió la ilusión por
seguir soplando dientes de león para dejar volar sus sueños.

Todas las mujeres somos muy
diferentes entre nosotras, cada una con una gran historia detrás, pero todas,
con un denominador común. Todas llevamos dentro la fuerza de una leona, todas
somos mujeres con Súper Poderes, mujeres fuertes, independientes, luchadoras, invencibles
y capaces de todo. Porque la valentía y el esfuerzo, son los verdaderos dientes
de león que nos ayudaran a alcanzar nuestros sueños.
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