MALENA por fin había llegado a casa, unos
tacones abandonados en la entrada dejaban constancia de que por fin se había
terminado el día, irónicamente al llegar a esa casa vacía tras el trabajo
empezaba una nueva jornada para Malena y miles de mujeres de este país y del
mundo entero. La ropa sucia se acumulaba en el cesto sin descanso, los platos
de la comida que apenas tuvo tiempo de recoger seguían ahí, como burlándose de
ella, insinuando que seguirían allí hasta que ella se acercara a
acariciarlos con sus suaves manos para quitarles la suciedad que los cubría y
tras un concienzudo baño los guardara, para instantes después,
volverlos a sacar y ensuciarlos de nuevo. Una suerte de robot aspirador
automático se encargaba de mantener la casa más o menos barrida y le aligeraba
medianamente sus tareas. En el balcón, la ropa que dejó tenida danzaba al son
del viento esperándola también. Malena,
era una mujer feliz, siempre había pensado que la mejor decisión fue quedarse
soltera. Durante su juventud, pudo disfrutar de la vida sin ataduras, no se
arrepentía, ahora que la juventud la había abandonado, la soledad la ayudaba a
encontrarse consigo misma y sus libros, se habían convertido en los mejores
compañeros para la sobremesa. Salió al balcón para recoger la ropa y a través
de la ventana del piso de enfrente observó a su vecina Úrsula.
ÚRSULA, como cada noche, yacía en su sillón de sky. Su cuerpo marchito y cansado le recordaba que el paso de los años había
dejado huellas imborrables en su cuerpo y en su piel. Un día más, la soledad
había sido su única compañía, sus tres hijos trabajadores apenas tenían tiempo
libre para ir a visitarla, y ella pese a todo se acomodaba en su sillón con la
esperanza de que de un momento a otro un chasquido en la puerta anunciara su
llegada, pero pocas veces era así, parecía que ya no necesitaban sus abrazos y
sus besos que durante su juventud, parecían la mejor medicina para los
problemas de sus hijos, ahora apenas sabía de ellos. Sus amigas una vez a la
semana iban a visitarla y ella les preparaba tartas y pasteles, pues su mayor
pasión siempre fue cocinar. Las paredes, cubiertas por un papel casi tan viejo
como Úrsula, amortiguaban los gritos y las risas de la casa de Jimena.
JIMENA, estaba acabando de poner la mesa entre
las risas y juegos de sus hijos. Era ama de casa, tenía cuatro hijos y cada
noche se convertía en una carrera contrarreloj para conseguir que sus pequeños
tras las actividades extraescolares estuvieran listos para irse a la cama antes
de las 9. Cada noche, sentados alrededor de la mesa cenaban toda la familia y
comentaban alegremente todo lo que les había ocurrido durante el día. Jimena se
sentía la persona más feliz del mundo con su familia, no podía pedir nada más,
tenía un marido maravilloso que la amaba con locura y al que ella amaba de
igual forma, cuatro hijos preciosos y un hogar perfecto. De repente un golpe
seco en el piso de arriba la sobresaltó, se le encogió el corazón, pues una vez
más el marido de Esperanza había vuelto a beber demasiado.
ESPERANZA cerró los ojos con fuerza al oír la
puerta de la entrada, rezó para que su marido esa noche no llegara de nuevo
ebrio a casa, aún le dolían los golpes de la última paliza que este le propino.
Cada mañana, observaba sus hematomas e intentaba cubrirlos con maquillaje o con
bufandas para que nadie hiciera preguntas innecesarias. Amaba a su marido y
sabía que él también la amaba a ella, pero desde que lo habían despedido de la
fábrica en la que trabajaba el mundo se había hundido bajo sus pies. Él empezó
a beber sin control y descargaba su ira contra ella, cualquier motivo era bueno
para empezar una discusión: la comida estaba fría, un comentario inapropiado o
el simple silencio cuando se suponía que debía decir algo. Una vez más
Esperanza se encerró en el baño a llorar. Lo que no sabía era que al otro lado
de la pared, en el baño de la casa contigua, Rocío lloraba también.
ROCÍO una noche más, encerrada en el baño de su
casa lloraba desconsoladamente, era una adolescente a la que aparentemente no
le faltaba nada, era guapa, inteligente y todos los chicos querían estar cerca
de ella. Continuamente debía soportar los comentarios de su familia,
preguntándole cuando les presentaría ese “amigo especial”, que de buen seguro
escondía en algún sitio. Lo que nadie sabía era que a ella en realidad lo que
le gustaba eran las chicas, y que no encontraba las fuerzas suficientes para
contárselo a sus padres, católicos y bastante conservadores, ni para confesarle
a su amiga Clara, que estaba enamorada de ella.
Cinco historias de cinco mujeres, mujeres
corrientes, pero todas y cada una de ellas le dan sentido y forma a la palabra
MUJER. Mujeres en mayúsculas, con sus luces y sus sombras, con sus alegrías,
sus penas y sus miedos, mujeres únicas.
Me encanta! Todas las mujeres somos únicas, especiales, pero sobretodo necesarias. MUY NECESARIAS.
ResponderEliminarMuchas gracias!! Tienes toda la razón! :)
EliminarMe encanta! menuda entrada te has marcado, es fabulosa! :) Ojalá llegue a mucha mucha gente y se den cuenta de todas las situaciones que tenemos que vivir y en ocasiones aguantar. Sigue escribiendo historias como estas! :*
ResponderEliminarMuchisimas gracias por tu comentario Judit!!! Todas hemos pasado en mayor o menor medida por algún tipo de discriminación... Ojalá algún día la cosa cambie!
EliminarUn abrazo!!
Asi es el dia a dia de mujeres por ello somos muy perceptivas, intuitivas....tenemos la fuerza de la paciencia, del valor y de la esperanza, excelente cada relato fue intenso. Felicidades!!!
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